Hasta principios del siglo XVII, el vino gozaba de una inmejorable situación para ser la única bebida saludable susceptible, hasta cierto punto, de ser guardada. No tenía competencia. El agua, en general, no era potable, al menos en las ciudades, y las cervezas sin lúpulo se deterioraban rápidamente. No existían los licores, refrescos ni bebidas con cafeína que hoy en día consumimos de forma habitual.
En Europa se bebía vino de manera desproporcionada, se podría decir que el continente entero estaba inmerso en un estado de embriaguez perpetua.
Pero a partir del siglo XVII todo esto cambió gracias a la llegada del chocolate, el café, y finalmente el té.

Por esa misma época los holandeses comienzan a desarrollar el arte y el comercio de destilados y así convirtieron muchas zonas de Francia occidental en suministradoras de vino barato por sus alambiques. Los lúpulos contribuyeron a hacer más estables las cervezas, y las grandes ciudades empezaron a canalizar las aguas limpias.
Así, la industria del vino corría peligro, a menos que desarrollaran nuevas ideas.
Quizás es coincidencia que la creación de los vinos que hoy consideramos clásicos se produjera a mediados del siglo XVII, pero lo que ayudó sin duda a que el vino entrara en otro nivel fue la invención de la botella de vidrio con sus posteriores cambios tecnológicos en cuanto a producción, haciendo botellas más resistentes y fáciles de soplar. Y por aquellos tiempos alguien tuvo la idea de unir la botella, el tapón y el sacacorchos.

Poco a poco se llegó a la conclusión de que el vino conservado en botellas de vidrio perfectamente tapadas duraba mucho más que en barriles de madera, y que envejecía de una manera muy diferente y adquiría «bouquet». De esta manera se crearon los «vinos de guarda», y con ellos la oportunidad de doblar o triplicar los precios de vinos capaces de envejecer.
El propietario de Château Haut-Brion fue el primero en concebir la idea de lo que se podría llamar vino «reserva»: seleccionado, recogido más tarde de lo habitual, más fuerte, elaborado con más cuidado y maduro.

Ya en el siglo XVIII la naturaleza de la Borgoña cambió. Los vinos más delicados habían sido los más populares, Volnay y Savigny. Desde entonces, aquellos primeros vinos dieron paso a los vinos de guarda. En la Borgoña y champagne el uso de la Pinot Noir ya era obligada y mitificada como la variedad por excelencia. En Alemania se plantaron las primeras cepas de Riesling, pero en casi todas las demás partes aún experimentaban con otras variedades.

El vino que más se benefició del uso de la botella de vidrio fue el vino de Oporto, debido al aumento de las tasas de los vinos franceses a causa de las guerras.
Ya en el siglo XIX en Italia la mayoría de la población, directa o indirectamente, vivía de la industria del vino, y en España (La Rioja) ya se empezaban a elaborar los primeros vinos modernos destinados a la exportación. Al mismo tiempo, California comenzaba su primera etapa dorada.

Pero la filoxera cambió todo el panorama del mundo del vino, incluso se pensó que había llegado a su fin. El injerto y la selección de variedades hizo posible un nuevo comienzo, aunque fue lento y con muchos contratiempos, como las guerras mundiales y las sobre-producción.

Puesto en el siglo XX es donde existen dos verdaderas revoluciones, la científica y la industrial.
La fermentación, gracias a los descubrimientos de Pasteaur, pasó de ser un misterio a ser un proceso totalmente controlable.
Las vendimias fueron mecanizándose, y hasta se podían hacer controles de temperatura durante las vinificaciones.
Estos avances eran inimaginables años antes.

En Burdeos se abrió la primera escuela universitaria de enología, a la que siguieron la de Montpellier, Geisenheim, Davis (California) y Roseworhy (Australia).
Y es a partir de los años 50, después de la segunda guerra mundial, cuando los productores comenzaron a conocer la prosperidad.

Pero el mundo del vino moderno aparece a partir de los años 70 con la aparición de vinos de mesa de calidad, sabrosos y económicos para satisfacer a un nuevo público.
Hoy en día las grandes bodegas «modernas» han perdido parte del antiguo romanticismo del vino con esta revolución, apostando por la tecnología y así ahorrando costes.
A pesar de los problemas que hayan surgido durante años hasta nuestros días, el mundo del vino, entrado ya en el siglo XXI, goza de buena salud, aunque con excesos de producción, pero con unos avances tecnológicos y científicos que pocos imaginaron.
Haciendo ya un último gran salto, el de la comunicación y la logística, dando así lugar a la competencia entre vinos de todo el mundo.
A día de hoy podemos tener información de cualquier vino en pocos segundos, y además, sin probarlo, hacernos una idea de cómo es este vino, que encima lo podemos adquirir sin movernos de casa.

El vino, como casi ningún otro ámbito en la vida, escapa de los avances tecnológicos.

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