Después del invierno, aproximadamente en el mes de marzo, la vid comienza de nuevo su ritmo biológico cuando las temperaturas empiezan a superar los 10ºC y el índice bioclimático (fórmula que mide el número de horas de sol con el grado de humedad y temperatura) llega al nivel óptimo para que la planta despierte.

En ese momento del año, las raíces empiezan a absorber la humedad de la tierra y la salvia se reactiva, recorriendo el tallo y los brazos de la vid. Tras la poda invernal cuyo objetivo es reducir el crecimiento natural para mejorar la calidad de la uva, la savia llega a las yemas y gotea por las heridas hasta que cicatrizan. Este proceso se denomina lloro de la vid.

La temperatura del suelo, el nivel de humedad e incluso las propiedades naturales de la vida son decisivas en la velocidad del lloro. Por ejemplo, si el invierno ha sido seco con apenas precipitaciones, es posible que este suceso pase, prácticamente, inadvertido pero, habitualmente, la cantidad de savia derramada suele oscilar entre los 2 gramos hasta los 3 litros por cepa.

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