El vino es como las personas, o las personas como el vino.
Los dos son seres vivos, nacen en un lugar concreto, crecen y van madurando poco a poco, aprendiendo cada día algo nuevo que los hace mejorar.
Nosotros somos de una manera determinada, tenemos rasgos que son innatos, que los tenemos desde que nacemos, estos son los aromas primarios de los vinos, los cuales nos hablan de la uva, de la fruta…
Pero hay otras características que forman nuestro carácter que las vamos adquiriendo a lo largo del tiempo. Estas características serían los aromas terciarios, que son los que provienen de la crianza y que normalmente son los aromas y sabores que aporta la madera de la barrica, como podrían ser el coco, la vainilla, el …
Las personas, como la uva, tenemos una piel, que nos rodea y protege, y que no es siempre del mismo color ni del mismo grosor, como las uvas, que dependiendo de la variedad da vinos con unas características determinadas, los hay que son más frescos, con más cuerpo, más suaves…
El vino se hace en la viña. El buen vino nace directamente de la tierra, de un suelo, un clima que varía de un año a otro, porque no siempre llueve lo mismo, ni hace el mismo calor ni los mismos días de sol, como nosotros, que conocemos y crecemos en un lugar, y el contexto que nos rodea influye decisivamente en nuestra manera de vivir y ver la vida, que no es ni mejor ni peor que la manera que tienen los otros, como el vino, que lo hacen las personas y que refleja el talante de un pueblo, de la gente que lo hace, pero que en realidad es universal, porque el vino no entiende de fronteras, porque el vino, como las personas, sólo habla el idioma del respeto y la alegría de vivir y compartir lo que nos gusta y que nos hace sentir bien.
¡SALUD!
